+18 años

Aún recuerdo aquella noche de hace cuatro años. Había sido un mal día, y como de costumbre, quise ahogar el intento de autocompadecerme buscando, bajo la cama, aquellas zapatillas compradas en San Sebastián, con bandas fosforescentes que  me hacían ser levemente visible en la oscuridad y aquel brazalete a pilas de bazar oriental, capaz de destellar tonos anaranjados.

Una vez en la calle,  activando el cronómetro, comencé a correr. Disfruté de mi soledad durante tres o cuatro calles, luego descubrí que ya habían abierto las terrazas de verano de los bares de la avenida principal y giré hacia el parque. Legué hasta el camino de la fuente y este a su vez se bifurcaba en dos, uno que se adentraba en el monte y otro que iba a la parte trasera de la gasolinera. Elegí el primero y me fui perdiendo entre sombras y el crujido de  pequeñas ramas que iban cediendo bajo mis pies. Cinco minutos más tarde ya no quedaba rastro de la luz de las lejanas farolas y mis ojos empezaron a adaptarse a la que reflejaba una pequeña luna en cuarto creciente.

Había corrido tantas veces por esos caminos que podía hacerlo con los ojos cerrados sin salirme del trazado, esquivando cada raíz, cada saliente de piedras, arqueando la espalda para anticiparme a cada desnivel.  Y fue entonces cuando noté un pequeño pinchazo en mi gemelo derecho y decidí detener la marcha justo en un cruce de caminos flanqueado por encinas. Agachándome comencé a darme un pequeño masaje con la punta de los dedos, no parecía ser nada serio, y al volver a incorporarme, mi espalda topó con algo. Me quedé inmovilizado, sin girarme, sin mover ningún músculo  y en un segundo pasaron mil hipótesis por mi cabeza. Alguien me chistó  a la altura de la nuca demandando silencio, yo seguía inmóvil, y unas manos pequeñas y suaves se deslizaron bajo la camiseta flanqueando mi cintura. Una voz susurrante me dijo “tranquilo”. Desnudó mi espalda  y pude apreciar que con lo que había chocado era con un cuerpo de mujer desnudo. Su pecho contactaba levemente con mi piel, sus pezones denotaban tensión, excitación e iban estableciendo pequeños trazos a izquierda y derecha de mi columna. Una de sus manos se deslizó por el elástico de mi  pantalón intentando explorar su interior, primero atrás,  más tarde delante. La otra mano asió una mía y la dejó reposar en la humedad creciente que había entre sus piernas. Quise volverme lentamente, no quería que se asustara; mi curiosidad y mi excitación estaban tan exacerbadas que necesitaba saber más de ella. Tras forcejear suavemente con la acción de sus manos, accedió. Sólo pude observar ,de forma vaga, una gama de grises ordenados en rasgos atractivos y un largo pelo rizado. La falta de luz no dejaba grabar en mi mente una imagen congruente de su cara, estaba claro que no sabría reconocer si la había visto antes. Mientras que yo sacaba  por el cuello mi replegada camiseta ella hizo lo mismo con el resto de mis escuetas prendas por los tobillos y las depósito en el suelo y sobre estas sus rodillas, dejando bien a las claras su demanda. Mis manos empezaron a acompañar los movimientos rítmicos de su cabeza, al principio sutiles, luego vehementes; intentando buscar rápidamente mi umbral eyaculatorio sin excesivas dilaciones. Me resistí a doblegarme y acabar con aquello tan rápido pero la habilidad de su lengua y sus labios me llevaban demasiada ventaja. Me rendí y avisé que iba a terminar y ella me asió más fuerte, telegrafiando  que quería que ocurriera dentro de su boca. Espasmódicamente me fui entregando al clímax del momento, y tras cuatro o cinco sedosas y abundantes sacudidas, las comisuras de sus labios no pudieron hacer de barrera de contención, escapándose el reflejo de mi deseo.

Se incorporó, me besó inocentemente en la mejilla y recogiendo una pequeña mochila que había a un metro de nosotros, musitó un adiós apresurado  perdiéndose entre unos arbustos. Absorto por la luz de la luna  reflejada en la piel de su cuerpo estilizado, tarde en reaccionar e intenté recuperar mi ropa del suelo y seguirla, pero ya era demasiado tarde, el sonido de un motor en marcha y unas ruedas resbalando parecían poner final a lo inesperado y furtivo del momento.

Con la sensación de que nada había sido real deshice el camino que me había llevado hasta allí, pero esta vez andando. Mi estado atencional estaba tan disperso que no lograba dejar de tropezar cada pocos metros. Al llegar a casa, por fortuna, comprobé que las llaves aún permanecían en un pequeño compartimiento interior del pantalón. Sin dar la luz me dirigí al dormitorio y me desplomé en la cama con los ojos cerrados, quizá intentando retener todos los detalles y las sensaciones vividos, quizá intentando filtrar, en mi mente, algún rasgo único que me sirviera para reconocerla si la volvía a ver. Pero algo me distrajo, unos destellos de luminosidad intermitente. Abrí los ojos y aquello procedía del otro lado de la ventana. Me incorporé y un cosquilleo cálido subió hasta mis sienes al mirar tras ella. Al otro lado del patio interior, justo enfrente, en el alfeizar de la vieja y destartalada ventana de madera, había un brazalete de leds naranjas que no paraban de parpadear y unas zapatillas de deporte de un rosa polvoriento. Palpando mi hombro derecho tuve la certeza que acababa de conocer a mi nueva vecina.

Corriendo bajo la luna,
by Nemo.